Y en medio de todo este caos, está ella. En medio de la pandemia de Coronavirus, mi familia.
Lleva 34 días encerrada en casa. Y su sonrisa no desaparece. Ni su buen humor. Ni sus gracietas. Porque graciosa lo está un rato, os lo aseguro.
Y también pesada y cansina y agotadora e intensa.
Pero siempre terminamos el día con un abrazo o un beso o una palabra de amor.
Puede parecer una tontería, pero no sabéis cómo levanta el ánimo esa carita de felicidad que pone aunque el día se haya visto colonizado por enfados, pataletas, rabietas o castigos típicos de la maternidad en tiempos convulsos de Coronavirus.
Últimamente al acostarla, le pregunto: «¿Estás contenta? ¿Eres feliz?». Y ella asiente y me sonríe.
Con su año y medio de edad y esta situación tan complicada ES FELIZ, señoras y señores. Es feliz de ser, de existir, de estar con su padre y su madre, de sentirse querida. No necesita nada más. Clic para tuitearA pesar de todas las carencias que esta situación de confinamiento por el Covid-19 le produce, ella sencillamente responde a la duda existencial más grande de todos los tiempos con un «sí» cargado de sonrisa. Familia en tiempos de Coronavirus, ¿os dais cuenta?
Y se me pasa el cansancio. Bueno, no se me pasa, ya me entendéis, pero se compensa, hace que merezca la pena.
Me ayuda a afrontar el día siguiente con energía, con fuerza, o por lo menos, con un estado de ánimo distinto, con ganas de ser mejor, de querer más, de querer querer todo lo que se puede querer. De estar agradecida por la familia que tengo.
Y así el encierro no se hace tan duro. Porque aunque echo de menos el aire puro, el pasear con libertad por las calles o el ver a los amigos y a la familia, me gusta esta oportunidad de confinarme, este tiempo de mirar hacia dentro de mi propia casa, de mi ombligo, y descubrir por qué late mi corazón.
Quiero crecer. Quiero querer. Quiero ser querida. Quiero ser feliz, con su misma sencillez.
Quiero reconocer en mí misma esa inocencia de corazón.
Fdo: María Ros